Estrellas de Medianoche

Capítulo 1: Like, Like, Like
Estrellas de Medianoche: Luna siempre despertaba antes de que saliera el sol, no porque quisiera, sino porque las notificaciones brillaban en su pantalla como luciérnagas en la oscuridad de su cuarto. Tenía 17 años, la edad en la que se supone que debes sentir que el mundo te pertenece, pero cada mañana se sentía una extraña en su propia piel.
Su primera respiración iba acompañada del latido acelerado al mirar el número de likes en la foto que había subido la noche anterior. Era su ritual, su veneno diario.
—“¿Cien? ¿Nada más?—murmuró, sintiendo un vacío que le apretaba el pecho.
Sus padres, ocupados en sus trabajos, la saludaban con un beso en la frente mientras ella cruzaba el umbral con la mirada fija en la pantalla.
En la escuela, las miradas no se cruzaban; las pantallas sí. Las historias de Instagram eran más importantes que las conversaciones. Las sonrisas se practicaban para las fotos, no para el corazón.
Leo, con su cabello rebelde y su mirada que quemaba, pasaba frente a ella como si fuera aire. Sonreía a otras, bromeaba con otros, y Luna sentía una punzada en el estómago. Ella solo existía en la periferia, en la zona borrosa de las historias ajenas.
Hasta que esa tarde, al llegar a casa, algo cambió.
Mientras deslizaba su dedo en la pantalla, encontró una cuenta privada llamada “Estrellas de Medianoche”. Tenía solo veinte seguidores y publicaciones con frases crípticas:
“No somos lo que publicamos.”
“¿Eres libre o solo piensas que lo eres?”
“Hay un fuego que no puede ser apagado.”
Sin pensarlo, Luna pidió seguir la cuenta. No pasaron ni cinco minutos cuando recibió el mensaje: “¿Estás lista para despertar?”
El corazón de Luna latió tan rápido que casi dejó caer el celular.
Esa noche, mientras su madre veía su serie favorita y su padre contestaba correos, Luna se encerró en su habitación con la luz apagada. La pantalla iluminaba su rostro mientras un mensaje nuevo aparecía:
“Si quieres conocer la verdad, ven esta noche al viejo puente.”
El miedo y la emoción se mezclaron en su pecho. No sabía quiénes eran ni qué querían, pero algo dentro de ella gritaba que debía ir.
Capítulo 2: El Puente
A las once de la noche, Luna se puso su sudadera negra y salió en silencio por la ventana. El aire de la noche estaba cargado de humedad, y cada paso le retumbaba en el pecho como un tambor.
El puente era un viejo paso peatonal que cruzaba la autopista, con grafitis y anuncios pegados que bailaban con el viento. Allí, en medio de la oscuridad, vio a tres figuras con linternas pequeñas.
—“Luna.” —dijo una voz que reconoció de inmediato.
Leo.
Ella dio un paso atrás, confundida.
—“¿Qué haces aquí?” —preguntó.
Leo sonrió, esa sonrisa que parecía una promesa.
—“Lo mismo que tú. Buscando respuestas.”
Las otras dos figuras se quitaron las capuchas. Eran Sara y Diego, compañeros de clase que apenas hablaban en la escuela.
—“Somos ‘Estrellas de Medianoche’,” —dijo Sara con firmeza—. “Estamos cansados de fingir, de vivir en una red que nos dice quién debemos ser.”
Luna tragó saliva.
—“¿Qué es esto? ¿Un club de los raros?”
Leo se acercó y le sostuvo la mirada.
—“No. Es un recordatorio de que somos más que algoritmos y filtros. Hay un sistema detrás de todo esto, Luna. Nos controlan, nos moldean, nos venden.”
Sara mostró su celular. En la pantalla había un código que parpadeaba.
—“Estamos hackeando el sistema. Vamos a mostrarle al mundo lo que realmente ocurre.”
Luna sintió que el aire le faltaba. Todo sonaba a locura, pero en el fondo, una chispa se encendía.
Leo extendió su mano.
—“¿Estás con nosotros?”
Luna miró su mano, temblando. Tomó aire y, con un latido que se sintió como un grito de libertad, aceptó.
Capítulo 3: La Red
Los días siguientes fueron un torbellino.
Luna asistía a clases como siempre, pero sus noches eran de conspiración. Aprendió a navegar en redes ocultas, a leer códigos, a ver las líneas de programación que controlaban lo que todos creían espontáneo.
Descubrió que las publicaciones de influencers estaban programadas para disparar emociones, que los “trending topics” eran comprados, que los algoritmos decidían si serías feliz o estarías deprimido, según lo que consumías.
—“El mundo es un teatro,” —le dijo Leo una noche mientras caminaban por el malecón—, “y nosotros somos los actores que no saben que actúan.”
Luna sentía que cada verdad era un golpe y una liberación al mismo tiempo.
Pero no todo era rebelión y códigos.
Una noche, mientras revisaban la red en la azotea del edificio de Diego, Leo tomó la mano de Luna.
—“Te he visto siempre,” —susurró—, “pero ahora realmente te estoy viendo.”
Los ojos de Luna se llenaron de lágrimas. Nadie la había visto realmente antes.
Se besaron bajo las estrellas, mientras la ciudad brillaba con luces artificiales.
Por primera vez, Luna sintió que no necesitaba subir una foto de ese momento para validarlo.
Estaba vivo en ella.
Capítulo 4: La Traición
El grupo de “Estrellas de Medianoche” creció. Más jóvenes se unieron, compartiendo historias, hackeando algoritmos, desprogramando mentes.
Pero el sistema no iba a quedarse quieto.
Una tarde, la policía llegó a la escuela. Se llevaron a Diego.
—“Alguien nos traicionó,” —dijo Sara con lágrimas—. “Alguien nos vendió.”
El grupo se fragmentó por el miedo.
Leo y Luna se escondieron en un viejo taller de arte abandonado. Allí, mientras el frío se colaba por las ventanas rotas, planearon el siguiente paso.
—“Tenemos que liberar los datos,” —dijo Leo—. “Si mostramos al mundo cómo manipulan sus emociones, el sistema caerá.”
Luna temblaba.
—“¿Y si nos atrapan?”
Leo la abrazó.
—“Si no lo hacemos, seguiremos siendo esclavos.”
Luna cerró los ojos, recordando a la Luna de antes, la que solo esperaba likes para sentir que existía.
No más.
Capítulo 5: El Despertar
Con un último hackeo, Leo y Luna subieron un video a todas las redes sociales de la ciudad, mostrando cómo los algoritmos eran usados para manipularlos, cómo las emociones eran productos que se vendían, cómo la libertad era solo una ilusión.
El video se hizo viral en minutos.
La ciudad se detuvo.
Los jóvenes miraban sus pantallas, incrédulos.
Las protestas comenzaron. Las calles se llenaron de estudiantes con carteles que decían “No somos tu producto” y “Despierta”.
La policía trató de detenerlos, pero eran demasiados.
Leo y Luna, desde la azotea, miraban las luces de las linternas y los celulares iluminando la noche.
—“Lo logramos,” —dijo Luna.
Leo sonrió, con lágrimas en los ojos.
—“Tú lo lograste.”
Se abrazaron mientras las estrellas brillaban sobre ellos.
Esa noche, Luna subió una foto a su cuenta.
Era el cielo, lleno de estrellas, sin filtros.
El pie de foto decía: “Estoy viva.”
Y por primera vez, no le importaron los likes.
Capítulo 6: La Tormenta
El amanecer llegó con un olor a humo en el aire.
Luna miraba desde la ventana mientras helicópteros sobrevolaban la ciudad. Las noticias decían que había disturbios. Que jóvenes “radicales” estaban causando caos. Que “algo debía hacerse”.
Pero Luna sabía que lo que ardía no era la ciudad, sino la mentira.
Leo llegó corriendo, con su mochila llena de discos duros, cables y baterías externas.
—“Están bloqueando las redes, quieren borrar el video.”
Luna respiró hondo. Sabía que eso pasaría, pero verla realidad enfrentarlos de golpe era distinto.
—“Tenemos que sacarlo del país, a servidores internacionales.”
Leo asintió. Sus ojos brillaban con ese fuego que la hacía sentir viva.
—“Hay una vieja radio en el barrio norte, todavía funciona. Podemos usar su antena.”
Salieron sin despedirse de nadie. El camino estaba lleno de barricadas improvisadas, jóvenes con máscaras pintadas con estrellas, patrullas con luces azules que iluminaban el polvo en el aire.
Cada paso era un latido de miedo y libertad.
Capítulo 7: Radio Libertad
La radio era un edificio agrietado con carteles de programas que ya no existían pegados en las ventanas.
Dentro, un hombre mayor con barba blanca los miró, sorprendido.
—“¿Ustedes son los de las Estrellas de Medianoche?”
Leo se detuvo.
—“Sí. Necesitamos tu ayuda.”
El hombre sonrió con cansancio.
—“Yo también fui joven una vez. Hagan lo que tengan que hacer.”
Les abrió la sala de transmisión, llena de equipos polvorientos. El olor a electricidad vieja se mezclaba con el de café frío.
Luna se sentó frente a un monitor mientras Leo conectaba los discos duros.
—“Tenemos que hacerlo rápido.”
El hombre puso su mano sobre el hombro de Luna.
—“Habla.”
Luna tragó saliva. Tomó el micrófono.
—“Este mensaje es para ti, que sientes que te han robado tu voz. Para ti, que te despiertas cada día buscando aprobación en un mundo que no te ve. Para ti, que has olvidado cómo sentir sin filtros.”
La voz de Luna temblaba, pero no se detenía.
—“Hoy, reclamamos nuestra libertad. Somos las Estrellas de Medianoche, y no nos callaremos.”
Leo la miraba, con lágrimas en los ojos.
Era la primera vez que Luna sentía su propia voz resonar más fuerte que sus miedos.
Capítulo 8: Represión
Los minutos siguientes fueron caos.
El gobierno declaró un “estado de emergencia digital”. Bloquearon redes, intervinieron cuentas, cortaron internet en barrios enteros.
Pero ya era tarde.
El video estaba en redes internacionales, replicado, descargado, compartido por miles.
La gente comenzó a salir a las calles. No con violencia, sino con velas y carteles. Con miradas firmes.
“Somos humanos, no datos.”
“Despierta.”
Luna y Leo se escondieron en una casa abandonada, mirando las noticias en una vieja televisión analógica que aún funcionaba.
Vieron cómo en otras ciudades jóvenes se unían. Como influencers confesaban haber vendido sus principios por contratos con corporaciones. Como las calles se llenaban de estrellas pintadas en las paredes.
Pero también vieron cómo arrestaban a jóvenes, cómo cerraban cuentas, cómo silenciaban a los más ruidosos.
Leo apretaba los puños.
—“Nos necesitan.”
Luna lo miró.
—“Vamos.”
Capítulo 9: El Centro de Datos
Había un lugar en la ciudad donde todo se controlaba: un edificio gris, sin ventanas, rodeado de cámaras.
El centro de datos.
Si querían liberar la información completa, tenían que entrar allí.
Sara los encontró esa noche, con el rostro cansado pero los ojos brillando.
—“Tengo las llaves. Mi tío trabaja allí.”
Era una locura.
Pero todas las grandes verdades nacen de la locura.
Con ropas oscuras, se acercaron al edificio bajo la lluvia. El agua golpeaba el asfalto como un tambor de guerra.
Usaron las llaves de Sara para entrar. El pasillo olía a humedad y electricidad.
Dentro, filas de servidores zumbaban como un enjambre de abejas.
Leo se conectó con su laptop mientras Luna vigilaba la puerta.
—“Rápido,” —susurró.
Los minutos parecían horas.
De repente, alarmas.
Luces rojas.
Pasos.
—“¡Leo!” —gritó Luna.
Leo tecleaba frenéticamente.
—“¡Un minuto más!”
Soldados entraron con armas.
Luna se puso frente a Leo.
—“¡Basta!” —gritó un soldado.
Leo levantó las manos, mostrando la laptop.
—“Ya está.”
El soldado le arrebató la laptop, la arrojó al suelo y la pisoteó.
Pero Leo sonrió.
—“Ya está.”
Capítulo 10: Luz
Los llevaron arrestados.
Los interrogaron durante horas.
Los amenazaron.
Les gritaron.
Pero ellos guardaron silencio.
Mientras tanto, afuera, la ciudad despertaba.
Los archivos se habían liberado.
Todos podían ver cómo se manipulaban sus emociones, cómo se vendían sus datos, cómo se fabricaban las tendencias.
La gente comenzó a desconectarse.
Comenzaron a mirarse a los ojos.
A hablar.
A caminar bajo la lluvia sin sacar una foto.
A llorar de verdad.
A reír de verdad.
A vivir de verdad.
Capítulo 11: Amanecer
Un día, sin previo aviso, liberaron a Luna y Leo.
Los dejaron en la calle al amanecer.
El cielo estaba teñido de naranja y púrpura.
Leo tomó la mano de Luna.
—“Lo hicimos.”
Luna respiró el aire frío de la mañana.
—“¿Qué viene ahora?”
Leo sonrió.
—“Vivir.”
Se abrazaron mientras el sol salía, iluminando una ciudad que, por primera vez en mucho tiempo, parecía respirar con ellos.
Epílogo: Estrellas de Medianoche
Luna abrió su cuenta de redes sociales.
Miles de mensajes.
Algunos de odio.
La mayoría de amor.
Cerró la aplicación.
Apagó el celular.
Y salió al mundo, con los ojos abiertos.
Porque entendió que ella era una estrella de medianoche.
Y que cada latido de su corazón era más real que cualquier notificación.
Capítulo 12: La Nueva Rutina
La libertad no llegó con aplausos ni con un anuncio en televisión.
Llegó con pequeños detalles.
Con una madre que, en lugar de ver el celular mientras desayunaba, miraba a su hija a los ojos.
Con un padre que dejó de contestar correos durante la cena.
Con compañeros que, en la escuela, comenzaron a hablar entre ellos, aunque con timidez, como si estuvieran aprendiendo un idioma olvidado.
Luna volvió a clases con Leo. Al principio, las miradas eran intensas, cargadas de curiosidad y respeto. Algunos los veían como héroes, otros como problemas.
Pero Luna solo quería volver a ser una joven de 17 años, aunque esta vez, sin el peso de las máscaras que había llevado toda su vida.
En los pasillos, las risas eran reales.
Los abrazos no eran para las fotos.
Los silencios ya no eran incómodos, sino espacios para respirar.
Capítulo 13: La Sombra
No todo era perfecto.
Algunas cuentas regresaron, con promesas de “mejores algoritmos” y “experiencias más humanas”. Publicidades disfrazadas de consejos, influencers que fingían autenticidad para seguir vendiendo.
Un nuevo sistema comenzaba a formarse.
Leo lo vio primero.
—“Ellos no se detendrán,” —dijo mientras caminaban juntos después de clases—. “El sistema se adapta, se reinventa.”
Luna se detuvo.
—“¿Qué podemos hacer?”
Leo la miró con la misma firmeza de aquella noche en el puente.
—“Seguir despertando a los que podamos.”
Luna suspiró.
—“No quiero perderme en esta lucha.”
Leo le tomó la mano.
—“No lo harás. Porque ahora sabes quién eres.”
Capítulo 14: Cartas
Un día, Luna decidió escribir.
No para publicar en redes, ni para recibir likes, sino para entenderse.
Llenó cuadernos con pensamientos, miedos, sueños, preguntas.
Descubrió que escribir era mirarse en un espejo más profundo.
Comenzó a compartir algunos de esos textos en las paredes de la escuela, en post-its de colores, firmados con una estrella.
“No somos lo que publicamos, somos lo que sentimos.”
“No tengas miedo de estar triste, es parte de vivir.”
“Reír sin razón es la mejor forma de resistencia.”
Otros comenzaron a dejar respuestas.
“Gracias.”
“Hoy me sentí viva.”
“¿Quién eres?”
Luna sonreía cada vez que encontraba una nota nueva.
Estaban construyendo un puente de palabras, de verdad.
Capítulo 15: Los Nuevos Encuentros
Un viernes por la tarde, Leo organizó una reunión en el parque.
Sin celulares.
Sin cámaras.
Solo personas.
Se sentaron en el césped, compartieron comida, hablaron de sus sueños, de sus miedos, de las cosas que los hacían sentir humanos.
Había risas, lágrimas, canciones que salían de guitarras viejas.
Algunos leyeron poemas.
Otros contaron historias.
Luna se levantó y respiró profundo.
—“Quiero agradecerles por estar aquí. Por atreverse a ser reales.”
Un aplauso sincero llenó el aire.
Leo se acercó y la abrazó.
—“Eres increíble.”
Luna sintió que su corazón latía como un tambor, pero ya no por ansiedad, sino por gratitud.
Capítulo 16: La Llama
Una noche, Luna no podía dormir.
Se levantó y salió al balcón.
La ciudad brillaba, con menos luces de pantallas, con más luces de ventanas abiertas.
Tomó su cuaderno y escribió:
“El fuego está encendido. Ahora es nuestra responsabilidad mantenerlo vivo.”
Sabía que no todos querían despertar.
Algunos preferían seguir en la comodidad de sus algoritmos, en la seguridad de las rutinas digitales.
Pero ella no.
Ella había visto lo que era la libertad.
Y no pensaba renunciar a ella.
Capítulo 17: El Viaje
Leo llegó una tarde con una propuesta.
—“Quiero viajar a otras ciudades, compartir lo que hicimos aquí.”
Luna sintió miedo.
—“¿Te irás?”
Leo la abrazó.
—“Quiero que vengas conmigo.”
Luna miró sus cuadernos, su habitación, su ventana por donde había escapado aquella noche.
Tomó aire.
—“Sí.”
Empacaron pocas cosas: ropa, un par de libros, cuadernos.
Se despidieron de sus padres con abrazos largos, con lágrimas, con la promesa de llamar, aunque sabían que la señal no siempre llegaría.
Subieron a un autobús al amanecer, con la ciudad desapareciendo en el retrovisor.
Capítulo 18: Semillas
Viajaron de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.
Hablaron en escuelas, en parques, en cafés pequeños.
No pedían nada a cambio.
Solo compartían su historia.
Algunos los escuchaban con escepticismo.
Otros se quedaban hasta el final, con los ojos brillando.
Dejaban notas con estrellas en cada lugar que visitaban.
“No olvides mirar el cielo.”
“Tú eres una estrella de medianoche.”
Plantaban semillas.
Semillas de duda.
Semillas de esperanza.
Semillas de libertad.
Capítulo 19: Amanecer Interior
Una mañana, en un hostal barato, Luna despertó y vio a Leo mirándola.
—“¿Qué pasa?” —preguntó, sonriendo.
Leo le acarició la mejilla.
—“Estás brillando.”
Luna frunció el ceño.
—“¿Qué dices?”
Leo rio.
—“Antes, vivías detrás de una pantalla. Ahora, brillas.”
Luna cerró los ojos, dejando que esa frase la llenara.
Brillaba.
No por los likes.
No por la aprobación.
Brillaba porque estaba viva.
Capítulo 20: El Futuro
Una tarde, mientras caminaban por un sendero lleno de hojas secas, Leo le preguntó:
—“¿Qué quieres hacer después?”
Luna se detuvo.
Miró el cielo, azul y vasto.
Pensó en las noches de insomnio, en los miedos, en las lágrimas que había derramado buscando aceptación.
Pensó en los abrazos, en las risas, en los silencios compartidos.
—“Quiero vivir. Quiero seguir contando historias. Quiero ayudar a otros a despertar.”
Leo sonrió.
—“Entonces eso haremos.”
Epílogo: La Eternidad en un Segundo
Muchos años después, Luna se sentó frente a una fogata, rodeada de jóvenes que escuchaban atentos.
Sus cabellos tenían hilos de plata, pero sus ojos brillaban con la misma luz de aquella joven de 17 años.
—“¿Cómo comenzó todo?” —preguntó una niña.
Luna sonrió.
—“Con un like. Con un puente. Con un beso. Con una decisión.”
El fuego crepitaba mientras Luna miraba el cielo estrellado.
—“La libertad no se regala, se conquista cada día. Y cada uno de ustedes puede hacerlo.”
Cerró los ojos.
El viento frío le acarició el rostro.
En su mente, vio a Leo sonriendo, a su yo joven subiendo aquella foto del cielo sin filtros, respirando, sintiendo, siendo.
Porque ser libre era eso:
Vivir.
Capítulo 21: Las Voces
El viaje había sido largo.
De ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, cada paso había sido un recordatorio de que la libertad era frágil, que se construía con cada palabra, cada abrazo, cada acto de valentía.
Luna y Leo habían compartido su historia tantas veces que a veces temían que perdiera fuerza.
Pero no lo hizo.
Porque cada vez que contaban su historia, alguien nuevo se despertaba.
Una chica que se animaba a dejar de seguir cuentas que la hacían sentir insuficiente.
Un chico que le pedía perdón a su madre por ignorarla.
Un anciano que sonreía al ver a los jóvenes abrazarse sin miedo.
Las voces se multiplicaron.
Lo que comenzó con un like se convirtió en un rugido.
Capítulo 22: El Regreso
Un día, Leo se detuvo mientras caminaban por un mercado.
—“Luna, quiero volver.”
Luna lo miró, sorprendida.
—“¿A la ciudad?”
Leo asintió.
—“Nuestro hogar nos necesita.”
Luna miró su reflejo en una ventana.
Recordó la joven que era cuando se fue.
La joven que creía que su valor dependía de corazones rojos en una pantalla.
No era la misma.
—“Volvamos.”
Capítulo 23: El Encuentro
La ciudad los recibió con un aire distinto.
Las pantallas seguían encendidas, pero ahora veía más personas caminando juntas, riendo, abrazándose, leyendo libros en las plazas.
Se reunieron con Sara, que ahora trabajaba como maestra, enseñando a los niños sobre el valor de pensar por sí mismos.
Diego, que había recuperado su libertad, ahora dirigía un pequeño café donde se reunían jóvenes para leer poesía y hablar de sus sueños.
La vieja radio donde todo comenzó ahora era un centro comunitario.
Las estrellas de medianoche habían florecido.
Capítulo 24: El Aula
Luna aceptó dar una charla en una escuela secundaria.
Entró al aula con el corazón latiendo con fuerza.
Los estudiantes la miraban, algunos con curiosidad, otros con escepticismo.
—“Hola,” —dijo con una sonrisa—, “mi nombre es Luna.”
Tomó aire.
—“Cuando tenía su edad, creía que mi valor dependía de cuántos likes tenía en mis fotos, de cuántos seguidores acumulaba, de cuántos comentarios recibía. Vivía con miedo de ser invisible.”
Las miradas se conectaron.
—“Hasta que un día, entendí que la verdadera libertad no se encuentra en una pantalla, sino aquí,” —señaló su corazón.
Hubo silencio.
Un silencio lleno de preguntas.
Un chico levantó la mano.
—“¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se vive sin miedo?”
Luna sonrió.
—“Comienza con un paso. Con un no. Con un sí. Con una verdad.”
Los ojos del chico brillaron.
—“Gracias.”
Capítulo 25: El Legado
Con el tiempo, Luna y Leo escribieron un libro juntos.
“Estrellas de Medianoche: Cómo despertamos en un mundo que nos quería dormidos.”
No era un libro de héroes.
Era un libro de humanos.
Con errores, miedos, risas, derrotas, victorias.
Un libro que hablaba de la importancia de mirar a los ojos, de escuchar, de sentir, de amar, de caer y levantarse.
Un libro que se convirtió en faro para miles de jóvenes que buscaban sentido.
Capítulo 26: La Carta
Una mañana, Luna recibió una carta.
Era de una joven llamada Abril.
“Luna, gracias por tu historia. Me salvaste. Pensé que no importaba, que era invisible. Pero entendí que soy una estrella de medianoche, y que no necesito la aprobación de nadie para brillar.”
Luna cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran.
Leo la abrazó por detrás.
—“Lo lograste.”
Luna negó con la cabeza.
—“Lo logramos.”
Capítulo 27: El Último Like
Luna volvió a su vieja cuenta.
Había quedado inactiva.
La abrió.
Subió una última foto.
Era una imagen del cielo, lleno de estrellas, sin filtros.
El pie de foto decía:
“Gracias. Nos vemos bajo las estrellas.”
Apagó el celular.
Y lo dejó.
Salió al balcón.
Leo estaba allí, con dos tazas de té.
Se sentaron juntos, mirando el cielo.
El mundo seguía girando.
Las pantallas seguían brillando.
Pero ellos estaban allí, presentes, vivos.
Sin necesidad de likes.
Sin necesidad de aprobación.
Solo siendo.
Epílogo Final: La Eternidad Brilla
Luna envejeció con dignidad, con la sonrisa tranquila de quien vivió con propósito.
Los niños la llamaban “La señora de las estrellas”.
Cada noche, salía al balcón, miraba el cielo y recordaba.
Recordaba aquella joven que temblaba por un like.
Recordaba aquella noche en el puente.
Recordaba las luces de las linternas, las manos temblorosas, los besos bajo las estrellas.
Recordaba el fuego que encendieron.
Y sonreía.
Porque sabía que mientras hubiera una joven en algún lugar del mundo que se atreviera a decir “no más”, las estrellas de medianoche seguirían brillando.
Yerandy López