“La Cicatriz del Abismo”

La Cicatriz del Abismo

“La Cicatriz del Abismo”

Capítulo 1: El Umbral del Silencio

Leonor siempre sintió que algo en su mundo no encajaba. Desde niña tenía sueños intensos, a veces dolorosos, que la dejaban con marcas reales en la piel. Vivía en la ciudad de Albecia, donde la niebla nunca desaparecía del todo, y las luces de neón palpitaban como si tuvieran vida propia. Sus padres murieron cuando tenía diez años en un accidente siniestro en la cantera abandonada al norte de la ciudad. Desde entonces, fue criada por su abuela, una mujer silenciosa y supersticiosa que nunca permitía que se acercara a los límites del bosque.

La ciudad de Albecia estaba asentada sobre un terreno montañoso, pero lo que la distinguía no eran sus colinas ni sus minas antiguas, sino el hecho de que, desde hace siglos, su subsuelo era considerado “inhabitable”. Cada generación tenía historias que hablaban de “ecos subterráneos” o de “cimientos que respiran”. La abuela de Leonor, sin embargo, no solo creía: temía.

Una noche, mientras revisaba foros oscuros de internet buscando el significado de sus pesadillas, encontró un hilo llamado Los Dormidos del Abismo. Allí, usuarios anónimos hablaban de sueños compartidos, símbolos arcaicos y voces que susurraban desde el centro de la tierra. Uno de ellos le escribió en privado:

—Leonor, tú también escuchas el latido, ¿verdad?

El mensaje no tenía firma. Pero fue el principio del derrumbe de su realidad.

Capítulo 2: El Susurro Subterráneo

Después de aquel mensaje, Leonor se obsesionó con los latidos. Eran sutiles, apenas vibraciones al dormir, pero los sentía con más fuerza cada día. Empezó a notar cómo los relojes de su casa se desfasaban, cómo la electricidad fallaba por segundos a su alrededor y cómo los espejos, especialmente por la noche, parecían empañarse con aliento que no era suyo.

En uno de sus sueños, descendía por una escalera espiral infinita, tallada en un material rojizo que latía como carne. En lo profundo, encontró una sala circular, rodeada de figuras con ojos blancos y alargados dientes de obsidiana. Uno de ellos extendió la mano y dijo:

—Recuerda tu linaje, hija del Geoverso.

Despertó gritando, empapada en sudor. Sus sábanas estaban cubiertas de un polvo rojizo, parecido al hierro oxidado. Pero eso no fue lo peor.

Apretado en su puño estaba un fragmento de roca negra que no estaba ahí la noche anterior. Era fría al tacto, pero en su interior, vibraba con una pulsación regular. Como un corazón.

Capítulo 3: La Sociedad Geolográfica de los Condenados

Convencida de que estaba perdiendo la razón, decidió investigar el nombre que el ser onírico le había revelado. “Geoverso”. Su búsqueda la llevó a antiguos textos mineros, documentos olvidados y bibliotecas virtuales de universidades desaparecidas.

En la biblioteca de su universidad encontró un libro sin autor ni editorial, simplemente titulado Cartografía del Abismo Interno. Era un texto ilegible para la mayoría, lleno de mapas imposibles y descripciones de ciudades bajo tierra con nombres como Petra Magna, Sulphureum y Lithovitae.

A medida que avanzaba en su lectura, una idea aterradora comenzó a tomar forma: existía una raza ancestral, pre humana, que no vivía sobre la Tierra, sino dentro de ella. Eran los vampiros geolográficos, entidades mineralógicas conscientes que evolucionaron no para alimentarse de sangre, sino de energía sísmica, mental y digital.

Habían aprendido a utilizar las frecuencias de los cristales, las vetas de hierro, los pulsos telúricos y los pensamientos humanos como parte de un sistema complejo de alimentación y control.

Y lo más perturbador: estaban activos. Ocultos. Esperando.

Capítulo 4: Los Tres Signos de Petra

Esa misma noche, Leonor comenzó a ver una figura que la seguía. A veces estaba en la estación del tren, otras en la esquina de su calle. Un joven alto, pálido, con ojos grises como granito. Siempre vestía igual: gabardina negra, botas de suela gruesa y una bufanda color óxido.

Finalmente, se presentó.

—Me llamo Arlan. No soy uno de ellos. Pero tú sí lo serás si no entiendes lo que eres.

Leonor dudó. ¿Qué era lo que estaba insinuando?

—Hay tres signos, Leonor. Tres señales que no pueden negarse: visión nocturna aumentada. Sensibilidad a las frecuencias del subsuelo. Y la capacidad de leer patrones en minerales.

Ella se rio, nerviosa.

—¿Minerales? ¿Qué demonios significa eso?

Arlan sacó un pedazo de mica de su bolsillo. Lo partió con los dedos, dejando una línea fracturada en zigzag.

—¿Qué ves aquí?

Leonor observó. Al principio, nada. Luego, palabras. Como si las letras brotaran del reflejo de la luz en las grietas.

—Dice mi nombre —susurró.

—Y eso solo es el principio —respondió él.

Capítulo 5: Las Cavernas del Segundo Pensamiento

Guiada por Arlan, descendieron por una grieta oculta detrás de una iglesia en ruinas. Al principio, la bajada era de piedra, luego metal oxidado, luego cristal. Finalmente llegaron a un sistema de cavernas donde el aire era denso, y las paredes pulsaban con una luz rojiza.

—Esto es el núcleo psíquico de Petra Magna —dijo Arlan—. Aquí conectan los pensamientos de los dormidos.

Había figuras encapuchadas sentadas en círculos, conectadas entre sí por tubos cristalinos. La red subterránea vibraba, viva, como una telaraña hecha de pulsos neuronales.

—Estos son los nodos. Aquí se infiltran en los sueños. Desde aquí modifican el comportamiento humano. Desde aquí gobiernan.

—¿Y tú por qué me ayudas? —preguntó Leonor.

Arlan no respondió. Solo miró hacia un ventanal de roca, tras el cual una masa gigante, parecida a una placenta mineral, palpitaba con lentitud.

—Porque ya es tarde para mí. Pero tú aún puedes resistir el eclipse.

—¿Eclipse?

—El Eclipse del Núcleo. El momento en que todas las mentes conectadas a la red serán vulnerables. Se acerca. Y tú eres la clave.

Capítulo 6: La Cámara de los Sucesores

Arlan la llevó más profundo, hacia un santuario de roca líquida conocido como la Cámara de los Sucesores. Allí, sobre pedestales minerales, dormían en posición fetal figuras cristalinas, como humanos petrificados. Cada una tenía una inscripción en su frente: nombres, fechas, coordenadas.

—¿Qué son? —preguntó Leonor.

—Futuros líderes. Humanos de sangre geolográfica. Hijos del abismo preparados para despertar cuando el eclipse comience. Están sincronizados con la red de ciberseguridad. Programados.

Uno de ellos se movió. Fue apenas un leve giro de cabeza. Pero Leonor lo vio.

—Están vivos —murmuró.

Arlan asintió, sombrío.

—Y tú serás como ellos si no decides ahora.

—¿Decidir qué?

—Rechazar el llamado. Desvincular tu mente. Ir en contra de tu linaje.

Leonor bajó la mirada. En su pecho sentía la roca negra vibrando. Una parte de ella quería aceptar. Quería poder.

Pero algo —una memoria, una emoción humana— la detenía.

Capítulo 7: El Altar de las Resonancias


Leonor se alejó lentamente de la cámara, ignorando los susurros que parecían brotar de cada una de las figuras cristalizadas. Arlan la seguía en silencio. El camino se estrechaba, volviéndose menos roca y más energía pura, como si caminaran dentro de un pensamiento sólido.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó ella.

—Al Altar de las Resonancias —dijo Arlan—. Es donde todo se sincroniza. Donde la mente de los geo vampiros entra en fase con la humanidad. Donde se decide qué emociones florecen… y cuáles mueren.

El altar era una estructura circular, suspendida sobre un vacío sin fondo. Estaba hecho de capas de obsidiana flotante, como discos antiguos girando con lentitud. En el centro, una figura alta, cubierta por una capa hecha de lo que parecía polvo estelar, los esperaba.

—Ella es Saltrixa —susurró Arlan—. La primera eco-vampira. La madre de los pulsos.

La figura alzó la cabeza. Sus ojos eran pozos de magma y su voz no se oyó, se sintió directamente en la columna vertebral de Leonor.

—Hija del pliegue. No has sido llamada por error. El núcleo ha vibrado con tu nombre durante generaciones. Eres la última llave.

—¿Llave para qué?

—Para la conexión total. Los humanos no pueden escapar su deseo de redención. Tú serás su interfaz emocional. A través de ti, conquistaremos su compasión.

Leonor sintió que la mente se le partía en dos. ¿Era eso cierto? ¿Iban a controlar el alma humana no con violencia, sino con sentimientos?

—No lo permitiré —susurró.

Saltrixa extendió la mano. Una onda invisible sacudió el altar. Arlan cayó de rodillas.

—Tú ya estás conectada —dijo Saltrixa—. Rechazarlo sería rechazar tu existencia.

Leonor miró su reflejo en los discos flotantes: por un momento, no se vio a sí misma. Vio la figura cristalina, inmóvil, programada.

Corrió. A través del puente que crujía bajo sus pasos. Y la voz de Saltrixa la persiguió como un eco geométrico:

—Despiertas… pero sigues soñando.

Capítulo 8: La Falla del Recuerdo


Leonor emergió de los túneles por una entrada que no conocía. Estaba en el bosque, no lejos de su casa. El cielo estaba gris, tembloroso. Y al mirar al suelo, notó que sus huellas… eran dobles. Como si alguien —algo— las replicara a cada paso.

Volvió a casa como una sombra. Nadie la vio. Nadie parecía notar que había desaparecido por tres días.

Cuando entró a su habitación, la roca negra estaba sobre su almohada, aún latiendo. Pero esta vez, no estaba sola. A su lado, había una nota escrita con su letra, pero que ella no recordaba haber escrito:

“Recuérdame si olvidas. No todo era un sueño. La red sigue viva.”

Esa noche, el sueño cambió. Ya no descendía. Esta vez, ascendía por una torre de cristal invertido, donde voces humanas gritaban desde pantallas flotantes. Era una visión digital: las redes sociales se entrelazaban con mapas telúricos, y cada pensamiento compartido por un humano alimentaba una raíz subterránea.

Era la ciber-sicología en su máximo esplendor. Ya no necesitaban sangre. Necesitaban publicaciones. Likes. Sueños. Ideas.

Despertó con las manos temblando. Fue al baño. Al mirarse en el espejo, vio que sus ojos ya no eran los suyos. Un destello mineral, leve pero presente, brillaba al fondo de sus pupilas.

Capítulo 9: El Código de Obsidiana

A la mañana siguiente, Leonor decidió probar algo. Encendió su laptop, abrió el antiguo foro de Los Dormidos del Abismo y escribió:

“¿Hay alguien ahí? Siento que el sueño continúa incluso despierta. ¿Qué es el código de obsidiana?”

No pasaron ni treinta segundos cuando una nueva respuesta apareció. No tenía nombre de usuario, ni foto de perfil.

“El código es tu herencia. Y tu prisión.”

Junto al mensaje, un archivo adjunto apareció como por arte de magia: obsidiana.hex. Leonor dudó. Lo descargó. Era un documento cifrado, lleno de símbolos geométricos que se reorganizaban cada vez que parpadeaba.

Una línea de texto parpadeó al final:

“Pronuncia el nombre del núcleo y el acceso será concedido.”

Leonor recordó el sueño, el altar, Saltrixa… y dijo en voz alta:

—Petra Magna.

El documento se abrió. No era texto. Era un mapa. Uno que superponía capas subterráneas con redes de fibra óptica. Mostraba intersecciones entre vetas de minerales y servidores de datos globales. Las líneas pulsaban.

Ahí estaba todo: cómo los vampiros geolográficos estaban insertando pensamientos desde los cimientos del mundo hasta el inconsciente colectivo. Todo conectado: humanos, máquinas, piedra, memoria.

Y lo más aterrador: un punto brillante titilaba justo bajo su casa.

Capítulo 10: La Red de los No-Nacidos

Esa noche, no intentó dormir. Sabía que lo harían por ella. A las 2:17 a. m., comenzó a sentirse entumecida. No estaba dormida, pero tampoco despierta. Se encontraba de nuevo en la torre de cristal invertida.

Pero esta vez, no estaba sola.

Miles de figuras flotaban en cápsulas translúcidas, conectadas por hilos minerales. Eran humanos. Algunos jóvenes, otros ancianos, todos con expresión en blanco. Una voz familiar la rodeó.

—Son los no-nacidos. Individuos cuyas conciencias fueron absorbidas por la red antes de decidir su voluntad. Almas sin libre albedrío, datos en espera de activación.

Leonor giró. Era Arlan. Pero ya no tenía ojos de granito, sino esferas vacías. Estaba del otro lado ahora.

—Me absorbieron cuando dudé. Tú también lo harás si no tomas una decisión. La red no permite vacilaciones. O conectas, o desapareces.

—¿Y si resisto? —preguntó Leonor.

—El sistema te expulsará, pero no sin dejar cicatriz.

Leonor vio su reflejo. Tenía un hueco en el pecho. Una grieta mineral que palpitaba.

Entonces, una figura se acercó flotando. Era ella misma, más joven, con ojos completamente negros.

—¿Sabes qué es real, Leonor? —preguntó su reflejo—. Lo que no puedes olvidar.

Y al decirlo, la torre se agrietó. Las voces gritaron. El sueño colapsó.

Leonor despertó sobre su cama, pero no en su habitación. Estaba en una réplica perfecta… bajo tierra. El suelo era cristal. Las paredes eran mineral orgánico.

—Bienvenida a tu nuevo umbral —dijo una voz desde las sombras.

Capítulo 11: Fragmentos de una Identidad

Leonor se puso de pie. Cada paso sobre el suelo de cristal emitía un eco agudo, como si la estructura protestara por su presencia. La habitación era una copia exacta de su dormitorio: misma cama, mismos libros, mismo espejo. Pero había una ausencia total de color, como si todo estuviera drenado de vida.

Desde el rincón más oscuro surgió Arlan. O lo que quedaba de él. Su cuerpo parecía hecho de capas superpuestas de roca pulida, y sus movimientos eran casi mecánicos.

—Has llegado al final del sueño. Ahora debes elegir: formar parte o ser eliminada del sistema.

Leonor retrocedió, sintiendo que su respiración se volvía pesada, artificial. La voz de Arlan parecía venir de muchas direcciones a la vez.

—¿Qué quieres decir con “ser eliminada”?

—El sistema necesita coherencia. Si tu conciencia resiste, te volverás una anomalía. Y las anomalías son recicladas.

—¿Y si acepto?

—Serás una de nosotros. Accederás al conocimiento absoluto. Te convertirás en geo vampira consciente.

Leonor cerró los ojos. Recordó la sonrisa de su madre, la voz de su abuela, la textura de los libros que solía leer en la biblioteca. Cosas simples. Humanas. Cosas que no podían digitalizarse ni mineralizarse.

—No —dijo con firmeza.

La habitación tembló.

—Entonces prepárate para la cicatriz final.

Capítulo 12: El eclipse del Núcleo

El mundo se deshizo. Literalmente. Las paredes se fragmentaron en una lluvia de cristales flotantes, y Leonor cayó hacia una especie de vacío líquido. Estaba suspendida entre corrientes de luz y piedra, mientras voces antiguas —geometrías sonoras— repetían su nombre.

Frente a ella apareció Saltrixa, no como una figura física, sino como una proyección fractal, multiplicada en miles de rostros minerales.

—Has elegido la resistencia. Has roto la cadena de conexión. Pero la red no se detiene.

—Prefiero mi humanidad incompleta que su perfección sin alma.

—Entonces sufrirás el Eclipse. Y al despertar… olvidarás.

Una luz negra estalló en su pecho. La roca que había latido durante semanas dentro de ella se fracturó en mil pedazos. El dolor fue insoportable. Sintió cómo su mente era rasgada por códigos, memorias falsas y realidades alternativas.

Y entonces…

Todo se apagó.

Leonor despertó sobresaltada. Estaba en su cama. La luz del sol entraba por la ventana. El sonido del tráfico era lejano, normal. Todo parecía… bien.

Se llevó la mano al pecho. Nada. Ni cicatriz. Ni hueco. Ni latido mineral.

—Fue un sueño —susurró con alivio.

El rió suavemente. Se levantó. Fue al baño. Se miró en el espejo y se sonrió. Era ella. Normal. Humana.

Hasta que algo cambió.

El espejo se empañó, como si alguien respirara desde dentro. Y sobre el cristal, lentamente, una frase se dibujó desde el otro lado:

“Recuérdame si olvidas.”

El corazón de Leonor se detuvo por un segundo. El alivio desapareció.

Y supo que la red… aún estaba conectada.

Capítulo 13: La Huella del Olvido

Leonor no volvió a dormir esa noche. Tenía el presentimiento de que cerrar los ojos significaría caer nuevamente en las raíces de esa red invisible que la acechaba desde su subconsciente. Por la mañana, intentó ignorarlo: desayunó, salió al parque, respiró el aire. Pero algo no cuadraba. Todo era demasiado perfecto.

Los pájaros cantaban con ritmo. El viento soplaba en ráfagas perfectamente cronometradas. La gente sonreía, pero no parpadeaba.

Cuando tomó el autobús hacia la universidad, el conductor le sonrió y dijo:

—Buenas tardes, Leonor.

Ella no lo conocía. Jamás lo había visto. Y sin embargo, él sabía su nombre.

Entró en la biblioteca buscando respuestas. Pero todos los libros eran nuevos. Todos. Incluso los más antiguos que solían tener páginas desgastadas ahora olían a tinta reciente.

Se acercó al mostrador.

—¿Tienen el libro Cartografía del Abismo Interno?

La bibliotecaria la miró por unos segundos. Luego negó suavemente con la cabeza.

—Ese libro no existe, señorita. ¿Lo ha soñado, quizás?

Leonor salió corriendo. El mundo, su mundo, era una recreación. Una copia instalada sobre su conciencia. Estaba atrapada en una simulación mineral, una jaula de perfección fabricada por la red.

Y lo más perturbador: no sabía cuántas capas de sueños le quedaban por atravesar.

Capítulo 14: Señales de Superficie

Decidió buscar el error. Toda simulación tenía fisuras. Y si la red estaba conectada aún, debía haber un rastro, una interrupción.

Fue al bosque. Volvió a la cantera abandonada donde murieron sus padres. Allí, bajo la maleza y la piedra, encontró la señal. Un destello. Un fragmento de la roca negra.

Al tocarlo, una descarga la recorrió. No fue dolorosa, fue… reconfortante. Familiar.

—Bienvenida de nuevo —dijo una voz dentro de su mente.

No era Saltrixa. Era otra conciencia. Una humana.

—Soy Aridia —continuó la voz—. Yo escapé del geo circuito hace siete años. Y he estado esperando que alguien más despertara.

La roca proyectó una imagen: una ciudad subterránea distinta a Petra Magna. Más primitiva. Viva. Orgánica. Poblada por humanos híbridos que se resistían al dominio mineral.

—¿Dónde está esto? —pensó Leonor.

—En la corteza. Entre capas. Más allá del alcance del núcleo. Aquí no pueden espiarnos.

Leonor lo entendió. Aún había esperanza. Aún existía resistencia. Y tal vez… una salida definitiva.

Pero entonces, la imagen parpadeó. La conexión se debilitó.

—Nos han localizado —dijo Aridia con urgencia—. Debes elegir ahora: quedarte en tu mundo artificial o cruzar al verdadero subsuelo. Pero si cruzas, ya no podrás regresar.

La piedra vibraba en su mano. El bosque se retorcía a su alrededor.

Leonor dio un paso hacia el abismo.

Capítulo 15: Entre Capas

Leonor descendió. No físicamente, sino mentalmente, sintiendo cómo la realidad se fracturaba a su paso. Cada paso hacia la cantera era una caída dentro de otra capa más profunda del mundo. Las raíces de los árboles parecían formar palabras, y los insectos repetían patrones que imitaban los mapas que había visto en el archivo de obsidiana.

Cruzó el umbral sin saber si seguía en la superficie. Una ráfaga de aire caliente le dio la bienvenida. Luego, oscuridad.

La caída fue larga. Casi silenciosa. Aterrizó en un suelo blando, cubierto de polvo fosforescente. Una figura la esperaba. No era Aridia. Era otra mujer, de piel marmórea y ojos líquidos.

—Soy Vireya. Custodia de la Capa Intermedia. Aquí no hay red. Aquí no hay vigilancia. Pero sí, memoria.

La condujo a través de túneles naturales, iluminados por minerales vivos. Vireya le mostró arte antiguo, tallas rupestres modernas, y una historia oral que se tejía con las voces de generaciones enteras.

—Cada humano que ha resistido la red vive aquí, en la memoria geológica. Nos recordamos los unos a los otros para no ser consumidos. Y tú, Leonor, ya formas parte de esa memoria.

Por primera vez en semanas, Leonor lloró. Lágrimas reales. Tierra verdadera. Vida sin código.

Capítulo 16: Voces de la Corteza

Esa noche durmió. Un sueño sin invasores, sin algoritmos. Solo símbolos en piedra. Y voces antiguas que le contaban secretos del núcleo.

Despertó con una claridad desconocida. Ya no era una víctima. Ya no era solo la llave. Era un nodo rebelde.

—¿Por qué resistimos? —preguntó a Vireya.

—Porque la red no solo absorbe energía. Absorbe historia. Si nadie queda para contarla, entonces nunca existimos.

Leonor entendió. La batalla no era solo por la conciencia, sino por el derecho a ser recordados por algo más que datos.

Esa misma tarde, Vireya le entregó un mineral esculpido, con símbolos que latían.

—Es un núcleo memoria. Llévalo a la superficie. Implántalo en un lugar olvidado. La red no puede borrar lo que está codificado en la piedra viva.

Leonor aceptó. Tenía miedo, sí. Pero también una nueva fuerza en el pecho. Estaba lista para volver arriba… y sembrar la semilla del contraataque.

Capítulo 17: La Resistencia Latente

Leonor volvió a la superficie con el núcleo memoria oculto en su mochila. Sabía que no podía confiar en la apariencia tranquila del mundo. La red geológica estaba alerta, vigilando cada uno de sus movimientos.

Buscó un lugar que nadie recordara, una estación de tren abandonada entre maleza y óxido. Allí, con manos temblorosas, enterró la piedra viva en la tierra fría. La sentía latir, como un corazón hecho de minerales y recuerdos.

De repente, una sombra se acercó entre los árboles. Era Aridia, con ojos brillantes y sonrisa esperanzada.

—¿Crees que funcionará? —preguntó ella.

—No lo sé —respondió Leonor—, pero es nuestra única esperanza.

El suelo vibró levemente bajo sus pies, y Leonor supo que algo había cambiado para siempre.

Capítulo 18: El Primer Eco

Los días siguientes estuvieron marcados por pequeños temblores, parpadeos en las luces y susurros apenas perceptibles en el viento. En la ciudad, algunos comenzaron a experimentar recuerdos que no les pertenecían, emociones antiguas que surgían sin explicación.

Leonor sintió la presencia de la red intentando borrar lo que ella había sembrado, pero el núcleo memoria resistía con fuerza.

Una noche, mientras el silencio reinaba, una voz susurrante penetró en su mente:

—No estás sola. Estamos contigo.

Por primera vez en semanas, Leonor esbozó una sonrisa. La resistencia estaba despertando.

Capítulo 19: La Grieta en la Red

La red comenzó a fragmentarse. Las vetas minerales que formaban la conexión mostraban grietas invisibles para los geovampiros, pero no para Leonor, que percibía cada pulso roto como un latido nuevo en la tierra.

En sus sueños, la figura de Saltrixa se volvía más amenazante, con sus ojos de magma clavados en ella.

—No puedes escapar —decía—. La red es eterna.

Pero Leonor ya no temía. Había descubierto que la fuerza humana, aunque frágil, tenía la capacidad de resistir incluso la perfección mineral.

Capítulo 20: El Último Umbral

Leonor despertó de madrugada, la habitación en penumbra y la luna iluminando tenuemente la roca negra sobre su mesa de noche.

De repente, la piedra comenzó a brillar con un fulgor interior, pulsando al ritmo de un corazón vivo.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando una sombra se alzó detrás de ella y una voz fría susurró:

—Despiertas… pero sigues soñando.

La oscuridad la envolvió.

Capítulo 21: El Umbral del Abismo

La oscuridad la envolvía, fría y profunda, como un pozo sin fin. Leonor sintió que la red la reclamaba, que cada fragmento de su mente era absorbido por un remolino de códigos y minerales vivos. El núcleo memoria latía con furia en sus manos, una luz que desafiaba la penumbra, un latido contra la inevitabilidad.

Una voz resonó en su interior, profunda y temblorosa. Era Saltrixa, más imponente que nunca, su figura fractal multiplicada hasta el infinito, sus ojos de magma ardiendo con la certeza de un destino irrevocable.

—Entregarte a la red es aceptar el poder absoluto —susurró la voz—. Eternidad en la perfección mineral. Únete y domina. Resiste y desaparece.

Leonor sintió el peso de la decisión aplastándola. La red pulsaba con la promesa de un poder sin límites, pero también con la amenaza del olvido.

Con un último esfuerzo, cerró los ojos y rompió el vínculo.

Una cascada de luz fracturada explotó en mil direcciones. Sombras y fragmentos danzaron, y el mundo se deshizo en un remolino de sueños y realidades entrelazadas.

De repente, Leonor despertó.

Estaba en su habitación, la luz del sol colándose entre las cortinas. Todo parecía tranquilo, normal. El latido mineral desaparecido. Un alivio inundó su pecho.

Pero cuando miró el espejo, vio algo que le heló la sangre: una pequeña grieta, casi invisible, pulsando con un tenue brillo rojo.

Y en esa grieta, una palabra se formó lentamente, escrita con un fuego interno que parecía respirar.

“Sigue soñando.”

Leonor parpadeó. El silencio la rodeó, pesado y absoluto. La red seguía allí. Latente. Esperando.

Y ella también.

Yerandy López