“Las Tres Reglas del Equilibrio”

“Las Tres Reglas del Equilibrio”

Las Tres Reglas del Equilibrio: Todo gira —aunque parezca un verbo simple, su movimiento es vasto— en torno a la apreciación. No como acto superficial de gratitud, sino como una forma elevada de percepción, como una lente que descompone la realidad en matices sutiles y revelaciones desnudas. La apreciación auténtica no adorna: desnuda. Nos obliga a mirar sin adornos, sin disfraces, sin los colores del autoengaño.

Aquello que te rodea tiene tanto poder sobre ti como tú le otorgues en tu escala de prioridades. La vida, en su esencia más pura, no es lo que sucede, sino lo que decides que importe. Podría llamarse egoísmo, tal vez, pero no el egoísmo vulgar del interés personal, sino el instinto sabio de preservar el alma. Porque si te posicionas como el oro —como algo digno, valioso e irrenunciable— todo lo demás encontrará su lugar en torno a ti, no encima de ti.

Esta es la primera de tres reglas.

La segunda: todo es pasajero. Cada amanecer es un manuscrito sin firmar; no creas que el ayer se ha ido, simplemente ha cambiado de ropaje. A veces regresa como eco, otras como enseñanza, o tal vez como sombra. Y entonces tú eliges: mirar el pasado como una herida o como una huella. El dolor puede tocarte, pero el sufrimiento lo elige. Puedes eternizar el guion de lo que fue o permitirte una nueva lectura, con menos tormento y más conciencia. Y esa elección —aunque no lo parezca— es siempre tuya.

La tercera regla, la más esencial de todas, es la capacidad de sentir. No confundas sentir con emotividad desbordada ni con la nostalgia melodramática. Sentir es tocar con presencia, oler con intención, saborear sin prisa, mirar con profundidad. Sentir es habitar el instante con los cinco sentidos afinados como cuerdas de un instrumento sagrado. Pero quien aprende a sentir, aprende también a discernir. Y quien discierne, aprende a priorizar. Y quien prioriza, aprende a soltar.

Buscamos pastillas, fórmulas, atajos que mitiguen el dolor. Pero el dolor es parte del tránsito, es la firma de que algo cambia, de que algo nos importa. El sufrimiento, en cambio, es resistencia. Es la capa añadida, el grillete mental que nos impide avanzar. Aprender a sentir sin sufrir es la alquimia más elevada.

Quien aplique estas tres reglas no escapará al mundo, pero sí aprenderá a habitarlo con otra mirada.

Una mirada llamada aceptación.

Ese estado en el que todo sigue existiendo —la pérdida, el caos, el amor, el deseo—, pero ha perdido el poder de desgarrarte.

Aceptar no es rendirse.

Es comprender que todo tiene su lugar. Y que tú, finalmente, también. Como último aspecto o señalamiento, solo puedo aconsejarte que te prepares para la competencia de resistencia más grande de tu vida, ya que siempre encontrarás un reto al doblar de la esquina.